domingo, 1 de septiembre de 2013

REPORTAJE AL ESCRITOR MARIANO PEREYRA ESTEBAN: "ESCRIBO Y LEO DE NOCHE, SOBREVIVO DE DÍA."



¿Qué se puede decir acerca de Mariano Pereyra Esteban? 
Dos cosas al menos. Primero que es uno de los grandes escritores argentinos de la actualidad. Segundo, que ganó la edición 2009 del concurso Juan Rulfo (por su cuento "El Metro Llano"), tal vez el certamen de cuentos más prestigioso de la literatura iberoamericana, aunque como dice Mariano y comparto: " un premio literario no legitima nada, es una selección según opiniones y, generalmente, de buena fe, pero no creo que ganar premios transforme a alguien en escritor, el que gana premios se transforma en un premiado, no más que eso".
A pesar de estas dos cuestiones que no son menores, aún no ha logrado publicar en Argentina; su excelente libro de relatos "Los Ferrodontes y Otros Cuentos " fue editado en México. También una novela de su autoría será próximamente publicada en el mismo país.
Suele decir con ironía que colecciona las cartas de rechazo de las editoriales a sus proyectos presentados. El olvido de editores y jurados tiene, sin embargo, un costado positivo: lo libera de invertir tiempo en esas actividades tan propias de los escritores "notorios", como dar aburridas charlas, participar de inútiles conferencias y presentaciones, publicar notas en suplementos literarios que no lee nadie, entre otros. Ese tiempo perdido, él lo dedica a lo mejor que sabe hacer: escribir.  
El lado negativo de la cuestión: privar al buen lector de una obra lúcida y trascendente.
Y ojo que hablé de escritores "notorios", y no "notables". La diferencia es clara y no existen dudas: Mariano pertenece a esta última clase, aunque el prefiere asumirse como un letrador. Para los que no saben que es eso, por favor hacer un click aquí
"El metro llano", cuento ganador del Rulfo 2009, es un cuento magistral desde el punto de vista de su originalidad, así como de la forma en el que está narrado. Por otro lado es una muestra formidable de lo que siempre logra su obra: sorprender. El relato trata de una nueva competencia atletíca  en la que se ha invertido la norma ya que el que pierde es el ganador. Los personajes que habitan sus historias tal vez sean eso, perdedores que logran el famoso minuto de fama, pero no la fama en el sentido convencional, sino la gloria que puede prevalecer en un mundo oculto, mundo al que tan bien lográ acceder Mariano. 
En sintesis, más allá de las ponderaciones literarias de la gente que maneja el negocio literario, a Mariano Pereyra es imprescindible leerlo.
Aquí está la entrevista que le hicimos, un verdadero orgullo que su voz haya llegado hasta este humilde blog.

1) Mariano, empezando por los orígenes, ¿cuáles han sido tus primeras lecturas?
Mis primeras lecturas fueron historietas, el Patoruzú, El Pato Donald y algunos cuentos adaptados. El primer libro del que tengo recuerdo, aquel que leí con entusiasmo y con el desafío de comenzarlo y terminarlo fue Robinson Crusoe, en una edición de lujo, con hojas en papel de arroz. Mis indagaciones posteriores, cuando dejé de pensar que los libros eran para adultos, fueron en el cuento, las obras de Poe principalmente.

2) ¿A qué edad empezaste a escribir y si hubo un hecho determinante que te impulsara en esa dirección?
No recuerdo la edad concreta en la que empecé a escribir con regularidad. Quizá a los 8 o 9 años. El motivo principal, lo que me llevó a escribir,
fue el aburrimiento. Mis primeros escritos fueron poesías y pequeñas historias volcadas en un periódico que armaba a la siesta, pegado con plasticola e ilustrado con recortes de revistas.
Creo que al ver que mis escritos generaban reacciones en los lectores (mi familia), reacciones diferentes a las que podía lograr hablando, me decidí a guardar todo lo que me parecía curioso para transformarlo en una historia escrita. Desde ese día no me detuve y el “contar” escribiendo se
transformó en mi mejor recurso, en mi forma de expresión predilecta. Hoy el acto escribir ya no es una opción, es una necesidad.


3) Leyendo las características de un letrador, así te definis, es muy dificil para un escritor anónimo o en el mejor de los casos, semi anonimo, no sentirse identificado con la definición. ¿Por qué pensas que existen tanto letradores en el mundo? En otras palabras, porque hay tanta gente que escribe cuando ese número baja ostensiblemente en otras disciplinas artísticas?
Sinceramente, no tengo ningún tipo de información estadística sobre la cantidad de gente que se vuelca a cada rama o disciplina artística. Lo que sí creo es que “escribir” es un mundo distinto al mundo de la edición, la promoción, la venta, el marketing. Y es un mundo enorme y silencioso.
Incluso escribir o el oficio de escritor no tiene mucho que ver con lo que antes se denominaba “tertulias literarias”. No sé si todos los que escriben son escritores, y tampoco importa si lo son o no. Son legión los que escriben sin una búsqueda clara, que solo escriben y guardan o tiran a
la basura lo producido y lo que generan no entra en ninguna categoría ni comparación de valor artificial. ¿Es literatura?, ¿no lo es?...no lo sé, no me importa, todos pueden escribir. Tiene mucho que ver con la antiquísima discusión acerca del arte como un reducto donde solo se destaca la genialidad o como una posibilidad humana, que existe en potencia en cada uno de nosotros.






4) Yo veo el posicionamiento de letrador más bien como algo voluntario, una Definición casi filosófica, más que la consecuencia de la falta del "éxito" literario o los rechazos de las editoriales a publicar tu obra. ¿Lo ves así?
Si, quizá es una toma de posición más pragmática que filosófica. Tiene que ver con la necesidad de poder escribir sin perder el tiempo en todo lo que rodea al acto de escribir. Creo que hay un problema con la permanente búsqueda de legitimidad de aquel que se hace llamar escritor y tengo la sensación de que esa búsqueda da lugar a muchas estupideces, reuniones selectas, publicación repetida de los mismos 15 o 20 nombres en las revistas literarias (las “nuevas guardias”, que son las de siempre). Parece que es escritor aquel que tiene muchas menciones en los suplementos literarios, o los que son promocionados por alguna que otra librería, o los que son aceptados por la
academia y las carreras de letras (de donde salen muchos estudiosos pero pocos escritores). En fin, entrar en el “canon de los escritores” requiere muchos esfuerzo, contacto con gente que no escribe ni le importa escribir y un enorme desarrollo de las relaciones públicas. Mi gran pregunta es,
entre tantos “jams de poesía”, asistencias a congresos, presentaciones de libros, preparaciones de columnas de opinión, asistencias a debates, exposiciones de ponencias, agasajos y recepciones… ¿Cuándo escriben realmente los legítimos escritores? Me gusta llamarme “letrador” porque así me saco la incomodidad de buscar esa legitimidad (o discutirla)….y cuando me preguntan ¿vos sos escritor?, respondo “no sé…yo escribo”.
 


5)Entre los postulados de un letrador no hay ninguna referencia acerca de los premios literarios. ¿que papel juegan entonces?
Son una parte más de ese recorrido absurdo y falaz en la búsqueda de legitimidad. Creo que un premio literario no legitima nada, es una selección según opiniones y, generalmente, de buena fe, pero no creo que ganar premios transforme a alguien en escritor, el que gana premios se
transforma en un premiado, no más que eso. Con todo esto no quiero decir que los premios no ayuden. A cualquiera le gusta ganar premios (como publicar y ser leído). Un premio es una inyección a la voluntad, una caricia, y está bien recibirlos y participar, pero ser premiado no
significa tener más valor que otros, así como no haber recibido premios lo pone a uno por debajo de un premiado. Es una larga discusión, creo que la legitimidad o el reconocimiento verdadero es el resultado de combinaciones
raras entre el paso del tiempo, la suerte y el contexto. Es tan larga la discusión que quizá sea un intento inútil abordarla.


6) Has incursionado en el cuento y la novela. A mi entender, el cuentista busca la perfección, como decía el gran cuentista argentino Isidoro Blaisten, escribir un cuento magistral. ¿Cual es la búsqueda de un novelista?
En lo personal, creo que la novela posibilita el desarrollo más profundo de los personajes y permite la apertura de múltiples ejes narrativos paralelos en una misma historia. En una novela se pueden contar muchas historias y en mi caso, ofrezco mis novelas como un recorrido por personajes y situaciones. Por medio de la novela yo busco explotar al máximo personajes y ambientes y me permito hacer mucho más difusos los comienzos y los finales. Ninguna historia comienza donde va la primera mayúscula, y ninguna termina con el punto final. Esto también ocurre en el cuento, pero en la novela se puede jugar más con los “cabos sueltos”, con las aporías en los argumentos. Por otra parte, en la novela juego más con el lector y con su compromiso y su propia búsqueda. En mis cuentos el lector construye conmigo las historias, pero me admito más rector del recorrido, en cambio en la novela, el lector puede elegir la forma de abordar la historia, y puede indagar más o menos en las pistas que dan vueltas alrededor de cada situación.
7) ¿Cuántas veces te has planteado en los últimos años si vale la pena seguir escribiendo, y en ese caso, que te hace seguir adelante?
Debo admitir que nunca me he planteado dejar de escribir. Quizá porque es una necesidad, porque es el ámbito en el que me siento más a gusto y tal vez porque estoy convencido de que es lo que mejor hago. Lo que si pongo en discusión de vez en cuando, es si debo seguir estableciendo contactos con el mundo literario, si debo seguir donando horas a la búsqueda de publicación. Reitero, quiero seguir siendo publicado, me gustaría ganar todos los premios del mundo, pero ante todo, necesito escribir, contar historias y estoy convencido de que al final, aunque me quede encerrado con mis cuentos y novelas, terminarán siendo lectura de otros, es el destino de toda letra escrita.

8)Un famoso escritor dijo que alguna vez que los talleres literarios son una suerte de lugares donde se hace básicamente terapia. ¿compartis la idea? Que posición tenés respecto a ellos.
Los talleres son interesantes para aprender algunas técnicas relacionadas al sentido común, al oficio, pero depende mucho del nivel de generosidad de quien dirija el taller. No es necesario pasar por talleres literarios para escribir, y no sé si son sitios para hacer terapia, pero si hay crítica creo que sirven. Con crítica me refiero a crítica dura, sincera y NO constructiva. Creo que para un escritor, la crítica que puede demostrar que un cuento no funciona, que una situación es inverosímil o que un dialogo es incoherente y artificial es un regalo que se debe apreciar mucho. Es la única forma de mejorar o de saber que buscar y como. De todos modos, personalmente, creo que el mejor taller es una mesa de café o un asado con compañeros de vocación.

9) ¿Que escritor eras antes del premio Juan Rulfo, y que escritor fuiste después de haberlo ganado?
El premio Rulfo y su difusión, me permitió tener una noción real de lo que provoca un cuento, de las interpretaciones y relecturas que dispara, de las críticas que despierta y de los aspectos escondidos en la obra, ajenas al propio autor. Es interesante ser leído. Antes del Rulfo escribía mucho, después escribí aún más. Antes del Rulfo no conocía París, después del Rulfo la conozco (y de vez en cuando la sueño). Pero lo más importante: después del Rulfo soy un letrador que ha
establecido contacto con muchos escritores del mundo, que ha intercambiado experiencias y que tiene más posibilidades de leer a otros y aprender a contar historias.


10) Tu cuento ganador del premio Juan Rulfo, de donde salió, si es que
salió de algún lado?

El cuento ganador del Rulfo “El metro llano” surgió en una oficina, en
medio de un ritmo de trabajo enloquecedor debido a alguna nostalgia por
las siestas sin horarios ni apuros de mi infancia. El metro llano fue una
reacción irónica y exagerada que quizá nació de la necesidad de “parar un poco”. De todos modos, solo estoy intentando racionalizar un poco aquello
lo que no tiene razones. Explicar la construcción de cuento tiene mucho de
mentira, al menos eso me enseño el sinvergüenza de Poe en “El método de
composición”.


11) El proceso de corrección es un capítulo aparte para un escritor, tanto como la escritura. ¿Qué tecnica utilizas? Escribis todo de un saque y corregir al final,corregir al mismo tiempo que vas escribiendo, o sos de esos escritores que escriben y luego lo dejan descansar el texto meses, utilizando al tiempo como un instrumento que mide si algo es bueno o merece descartarse?
Corrijo de varias formas. Escribo a mano y en la primer escritura pongo especial énfasis en la historia, de todos modos, mis manuscritos son una colección de tachaduras, flechitas y textos diminuto en los márgenes. Al terminar transcribo lo manuscrito a PC, eso me da una instancia de
corrección ortográfica, de sintaxis y de selección de expresiones. La corrección más importante es la que hago luego de tener digitalizado el texto: Imprimo la obra (no puedo corregir en la pantalla luminosa de la PC/notebook) y sobre el papel marco, tacho, relaciono, complemento ideas y
re-escribo. Después de ese proceso de corrección, cuando me siento más o menos satisfecho, dejo descansar a la obra y tras un mes y medio (aprox.) la leo nuevamente y me dan ganas de tirarla a la basura y generalmente le hago muchas correcciones nuevas.


12)¿Cuales autores reconoces como influencia literaria?
Muchos, es difícil reconocerlos con certeza, Borges y Cortazar, Di Benedetto, Quiroga, Abelardo Castillo, Italo Calvino, los yanquis (Poe, Lovecraft, Hemingway, Salinger, Carver, Faulkner…todos), Dostoievsky y Chejov, Rulfo y Juan José Arreola. Creo que puedo mencionar solo a un
cuarto de los que seguramente me influenciaron…todo lo que leo me influencia, me guste o no.


13) Algún escritor contemporáneo que admires.
Admiro a Abelardo Castillo, a John Berger, y a muchos escritores sin trascendencia en el canon editorial porteño (que es el que parece regir a todo el país).

14) ¿Que estás escribiendo en la actualidad?
En la actualidad estoy terminando dos novelas, una relacionada a horóscopos y casualidades y otra que cuyo relato la compone un hombre que decide empezar a tomar decisiones basado en sus frustraciones pasadas. También estoy escribiendo cuentos que rondan a la temática del amor, pero
que se nutren de los rebordes, de la corteza del amor.



BLOG DE MARIANO PEREYRA ESTEBAN

EL METRO LLANO (CUENTO GANADOR DEL LA EDICIÓN 2009  DEL PREMIO JUAN RULFO).
Correr expone a la maquina humana, apela a la perfección física. Durante gran parte de mi vida admiré a aquellos hombres que sometían su cuerpo al dominio de la mente, a esos chasquis robóticos que se debatían entre la gloria y el fracaso en los míseros segundos de los cien metros llanos. Sin embargo, esa admiración decayó, o para ser más justo, trocó por la observación maravillada de otro tipo de corredores. Hoy mis coberturas periodísticas son crónicas esclavas de las acciones etéreas de los competidores de una nueva forma de carrera: el metro llano.
La comunidad científica, aburrida de infinitas hipótesis, de incertidumbres cuánticas y de roces metafísicos, ha encontrado un nuevo desafío que desempolva a los adormecidos espíritus comtianos y sorprende al mundo del deporte.
Organizada por la Academia Mundial de Ciencias, la primera carrera resultó devastadora, nadie pronosticó una competencia tan exigente, que llevara al límite la constitución corporal y mental. No hay registros históricos que relaten justa similar, no existió carrera tan épica, ni siquiera aquella que drenó la vida del mítico soldado que corrió luego de la batalla de Maratón.
Fracasaron los atletas olímpicos y los deportistas profesionales, tampoco permanecieron mucho los corredores innatos de África. Ni hablar de aquellos que se inscribieron a la competencia con ánimos jocosos: abandonaron al poco tiempo, arrepentidos y apenas a salvo, con las fuerzas mínimas como para salir de la pista.
Al principio, este humilde periodista también consideró que la competencia solo representaba una corrida hacia el absurdo. Las reglas serían las mismas que las utilizadas en las carreras de cien metros llanos, pero contendrían algunas variantes que, combinadas con la ignorancia del mundillo de la prensa, estimularon los humores más biliosos de los periodistas especializados:
1) El orden de llegada funcionaría en orden inverso, es decir, el ganador sería aquel que llegara último o que más se resistiera a llegar a la meta.
2) Ningún competidor podría permanecer inmóvil.
3) Ningún competidor podría dejar de avanzar.
4) La extensión de la carrera sería de un (1) metro llano, o un millón (1.000.000) de micrones y se posibilitaría la participación de cien corredores (la pista tendría cien carriles de ancho)
Me transforme en testigo de aquella organización más por un ánimo perverso y corrupto que por curiosidad profesional. Deseaba saborear el momento en el que las inmaculadas investiduras de los científicos más prestigiosos del mundo acusaran las manchas imborrables del ridículo. Por supuesto, mi ánimo maligno nunca fue satisfecho.
Las tribunas del estadio se tupieron de burlones y buitres de la risa que, como yo, creyeron asistir a un espectáculo circense. La pista parecía una senda peatonal con cien franjas, y la meta, una línea metalizada que desde las gradas se confundía con la línea de largada. Alrededor de la pista, los científicos, jueces y auditores manipulaban decenas de alambiques tecnológicos, computadoras con microprocesadores expuestos y de apariencia futurista, instrumentos de medición digital y microscopios de última generación.
Cuando el inicio de la carrera fue inminente, nuestras risas y burlas se desinflaron. La imagen ridícula que habíamos construido en nuestras mentes se desdibujó, tachonada por los trazos de perfección positivista que mostraban los organizadores. Los movimientos previos a la carrera ya tenían presos a todos los asistentes. Lo aceptamos sin decir una palabra, ya no existía sorna, nos equivocamos y estábamos entregados, por completo, a la admiración de un hecho extraordinario, una maravilla inusitada en el mundo del deporte.
Los periodistas fuimos afortunados, nuestras credenciales nos permitieron el acceso a sectores preferenciales y desde allí pudimos tomar nota de los ejercicios previos de los competidores. Algunos oraban, otros parecían dormidos. Los corredores profesionales hacían sus calentamientos de rutina y los bromistas inscriptos junto a los que habían llegado seducidos por la cuantiosa suma del premio, disfrutaban de un enorme asado de achuras a las brasas, cuya humareda nociva para las herramientas técnicas, despertó la furia de los organizadores.
Cuando llegó el momento de la partida, los cien corredores se acomodaron y sus contornos paralelos formaron la figura ideal de un solo hombre. Los jueces alistaron sus relojes, los científicos coordinaron acciones y prepararon los instrumentos. El público, invadido por la curiosidad, bramaba esperando algún estímulo novedoso para sus sensaciones. Tras una pequeña cuenta de tres sonó el disparo inicial. El silencio de las tribunas y la aparente inmovilidad de los corredores extendieron el eco del disparo. A los treinta segundos de carrera se produjeron nueve descalificaciones por quietud, los instrumentos de medición resultaron de una claridad rigurosa y cruel.
Nunca, en mi larga vida como cronista deportivo, asistí a una competencia seguida tan de cerca. Desde las tribunas, los espectadores se intercambiaban lentes, binoculares y monóculos. Todo parecía en la inmovilidad absoluta, el avance de la aguja pequeña de cualquier reloj resultaba un bólido ante la lentitud voluntaria de aquellos gladiadores de piedra.
Los burlones y buscadores de fortuna solo resistieron un par de horas, algunos cruzaron la meta sin percatarse y otros terminaron, como la mayoría, descalificados por quietud o retroceso.
Luego del primer día, los conversos, con actitud respetuosa, comenzamos a informarnos respecto de los mecanismos de medición. Efectuamos entrevistas a los científicos organizadores y comprendimos la naturaleza heroica y sobrehumana de los competidores. Accedimos a cálculos primarios en los que se proyectaban unos sesenta y seis días totales de carrera y quienes comprendimos el verdadero tenor de aquella epopeya del autocontrol organizamos nuestra agenda para asistir a la pista durante todas las jornadas de competencia. Solo en el paso de un día hacia otro era posible percibir a simple vista (aunque con mucho esfuerzo) el avance de los corredores.
Lógicamente, las tribunas se vaciaron rápidamente. Luego de dos semanas, en el estadio solo quedamos los periodistas, los científicos y los corredores. Ocasionalmente se acercaban curiosos que intentaban comprender el espectáculo, pero debido a la indiferencia de los científicos y la tacañería profesional de los periodistas, se retiraban completamente decepcionados y, tal vez, en búsqueda de alguna actividad de apariencia mas dinámica. Pasados los dos meses de carrera solo quedaban nueve corredores y nuestros corazones latían más lentos, pero cada sístole y diástole nos provocaba la vibración de un timbal salvaje en el pecho.
Debo adelantar que de los cien corredores, solo tres competidores traspasaron la meta, treinta y tres fueron descalificados por quietud y doce perecieron en la pista, víctimas de la destrucción física y la derrota mental. Los cincuenta y dos restantes abandonaron en distintas instancias de la competencia.
Debido a las polémicas muertes y al desgaste físico de los competidores (que eran alimentados por medio de inyectables) se conformaron grupos de protesta, guiados por antitaurinos espoleados de frustración y dirigentes expulsados a trompadas de la liga pro-abolición del boxeo. Las manifestaciones no pasaron de un par de escaramuzas callejeras en las puertas del estadio ya que las muestras de tesón y voluntad de los que se mantenían en la pista arrasaron con la retórica de los protestantes y los empujaron a la curiosidad. Los grupos no se difuminaron, pero mutaron en conjuntos de observadores críticos que seguían las instancias de la competencia con el mismo fanatismo que los demás asistentes.
Pasados los tres meses, y cuando solo restaban recorrer veintitrésmil micrones del millón que conformaban la pista, uno de los últimos cuatro competidores, Sir. Anthony Burks, abandonó por propia voluntad. Burks había arrancado la carrera con un peso de ciento setenta y siete kilos, y debido a un desempeño brillante en la severa competencia, su cuerpo consumió los recursos sobrantes y lo transformó en un gelatinoso y delgado hombre de sesenta y dos escasos kilos. En el mismo instante en el que dejó la pista, una sombra de pena le oscureció la mirada y la voz. No disimulaba el llanto y pese a los consuelos de todos los que asistimos a su derrota, Burks regresó a su Inglaterra natal envuelto en una depresión asesina. En menos de un año recuperó su peso y, poco tiempo después, murió a causa de un infarto masivo, tras un atracón de suflés de manzana.
Todos lo vimos, el competidor inglés se distrajo por el aroma proveniente de una manzana acaramelada. Recuerdo cuando Burks giró su cabeza y por brevísimos instantes dejó en libertad a su cuerpo. La distracción resultó fatal, se adelantó cuatro milímetros y quedó alejado del resto, solo ante la meta, a cuatro mil micrones de distancia del resto, una distancia enorme e irrecuperable. Hasta aquel día todos pensábamos que el inglés tenía el potencial mental necesario para llegar al oro, pero aquel desliz lo bajó de la grilla de candidatos. El obeso siniestro, oculto en algún rincón de su nuevo físico, lo traicionó con una zancadilla rastrera.
Aunque Burks no ocupó un lugar en el podio, me veo en la necesidad ética de relatar su participación, pues mas allá de su muerte, creo, en común opinión con el entorno periodístico, que fue el competidor que representó con mayor fidelidad a las potencialidades y debilidades humanas. Descansa en paz Burks y ojala que en tu reposo final hayas digerido el resabio venenoso de las manzanas.
El tercer lugar fue obtenido por un científico alemán que sorprendió a los espectadores. Su profundización única en el campo de la botánica lo había dotado de comportamientos y recursos que sobrevolaban lo inexplicable. Hanss T. Lobumm se desplazaba como un perfecto vegetal y en sus preparativos previos a la carrera había exigido, como únicos alimentos inyectables, agua y un preparado a base de extractos de salvias vegetales proveniente de su laboratorio. Para su decepción el preparado funcionó demasiado bien, pero sus cálculos fueron erróneos. La carrera se extendió demasiado y Lobumm se vio sorprendido por la primavera. Desde el 21 de septiembre su componente vegetal tomó fuerzas inusitadas y su voluntad cedió. El preparado vegetal lo impulsaba, le renovaba las energías y en los días soleados el alemán parecía realizar esfuerzos gigantescos para no extender los brazos hasta la meta. Fue demasiado, la primavera atentó contra su promedio de velocidad y lo arrojó hacia el final. Al traspasar la meta no hizo declaraciones, solo pidió agua, mucha agua, y se sentó a esperar el desenlace final de la carrera. Se llevó la preciada medalla de cobre.
La contienda final fue un derrame meloso y espeso de euforia, una lágrima caracoleana. El vencido fue el italiano Vicenzo Gamba, quien luego de una gloriosa demostración de resistencia fue el penúltimo en cruzar la meta. Cuando los periodistas lo abordamos, casi ahogado por un llanto de emoción nos aseguró que en muchas ocasiones estuvo a punto de retractarse, de abandonar la lucha, sin embargo, el fruto mas destacado de su árbol genealógico lo inspiró a seguir. Antes de sentarse a descansar miró hacia atrás y permaneció unos segundos observando al último competidor, al único que quedaba en la pista. En un gesto de humildad suprema se volvió a los periodistas, señaló a quien lo había derrotado y expresó: “Eppur si muove”. Vicenzo Gamba recibió la medalla de Plata y fue condecorado por el senado italiano.
Por fin, luego de una tensión alienante y tras 115 días, 17 horas, 46 minutos, 40 segundos, 90 centésimas y 77 milésimas de carrera, el ganador cruzo la meta. El hombre mas lento del planeta, según la Academia Mundial de Ciencias, fue el mexicano Juancho “tardo” Ramírez, un hombre de contextura estrecha, que apenas coordinaba algunas frases sueltas.
El triunfador no parecía disfrutar de la gloria. Se hizo del gigantesco premio monetario ofrecido por la Academia y desapareció para siempre. No cedió a pedidos de la prensa ni a solicitudes científicas, tomó su cheque, posó para las fotos y caminando, al ritmo más vertiginoso desde el inicio de la carrera, se alejó del estadio. Todos recordamos su cara demacrada, su piel resquebrajada por el clima y sus miembros esqueléticos. Antes de fugarse del mundo, el mexicano Juancho “tardo” Ramírez, ganador de la primera carrera del “metro llano”, levantó su medalla dorada y solo emitió una frase para la prensa “La meta, es como el ocaso, un agujero espantoso que nos atrae, y que tarde o temprano nos traga… como la ballena a Jonás”.
Al día de hoy parece imposible acceder al paradero de Ramírez, nadie sabe donde se oculta, no hay datos respecto de su ubicación. Su madre, Doña Ana Ramírez, entrevistada en Nogueras, pueblo nativo del “tardo”, no colaboró demasiado con la información, solo aseguro que Juancho era un hombre feliz, que disfrutaba cada instante de existencia. Cuando se la interrogó acerca del modo de vida de su hijo, doña Ana dejó escapar una sonrisa milenaria y antes de encerrarse en su casa solo dijo “Juanchito no fue echo para este mundo sin siestas, siempre fue muy perezoso
Los instrumentos de medición indicaron que Ramírez se desplazó a la asombrosa velocidad de seis micrones por minuto o, para los técnicos más exigentes, a un angstromio por segundo.
Luego del éxito de la primera carrera, los seguidores del metro llano se han multiplicado geométricamente. Somos un público heterogéneo compuesto por científicos, investigadores, deportistas de todo tipo, oscurantistas, curiosos, periodistas, escapistas, magos, religiosos diversos y muchos aficionados mas a los cuales no sería tan simple de agrupar con un solo calificativo.
Hasta hace un tiempo nadie lo dudaba, el “tardo” Ramírez era el hombre más lento del planeta, pero con esta nueva edición, tras cuatro años de preparativos, todos esperamos un nuevo record mundial. Ninguno de los competidores anteriores figura inscripto en esta edición, según los ex – corredores, el desgaste corporal y mental que produce la participación en el metro llano requiere media vida de recuperación.
El millón de micrones será recorrido nuevamente, los cuerpos de apariencia inmóvil avanzarán, ahora con más técnica y preparación, la fiesta deportiva comenzará en unos días. El mundo del deporte acude maravillado a un estadio remodelado con la pista colorida y rodeada de nuevos elementos de medición, instrumentos con precisión más aceitada y capacidad de medición a nivel atómico. La Academia Mundial de Ciencias ha recibido apoyos económicos cuantiosos y los medios ya no están ausentes en el evento, incluso se a pergeñado un canal de televisión con cobertura permanente de la carrera.
Un pequeño temor revoletea entre las meninges de los científicos organizadores, esta relacionado a la imposibilidad de calcular la duración de la competencia, pues si las técnicas de ralentización humana han progresado, tal vez la justa llegue a su final tras varios años de competencia. Posiblemente, el lapso de cuatro años entre carrera y carrera deba ser derogado.
Como periodista, estoy dispuesto a dejar de lado la cobertura de otros eventos deportivos. Ya no me enfervorizan las dinámicas de balones y músculos, ahora solo espero el momento culmine, cuando estalle el disparo de largada y el silencio pétreo eleve al centro de atención a los titanes de la engañosa inmovilidad.

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