sábado, 18 de junio de 2011

EL ESCRITOR DEL MES: GERMÁN ROZENMACHER (1936-1971)



SU MUERTE ABSURDA
Soy de los que piensa que todas la muertes son absurdas, incomprensibles, hasta la del peor asesino, pero tal vez la del autor del magistral cuento “Cabecita Negra, convierta al acto de morir en algo todavía más incalculable, y sobre todo aleatorio, profundamente aleatorio. 
A mi amigo Rolo hay dos cosas del mundo que le molestan sobremanera. La vida y la muerte. La vida, cuando se vuelve tan injusta que nada ni nadie la puede justificar. Y la muerte, porque dice que una vida por más miserable que sea, por más mezquina y enferma que se vuelve, siempre merece otra oportunidad.
Reconozco que hasta esa tarde no había oído hablar de él, situación grave para alguien que se vanagloriaba  de ser un gran lector (hoy ya no me vanaglorio de nada). En ese sentido el Rolo ejerció una actitud docente hacia mi. Hay que admitirlo: a pesar de la forma vulgar de hablar que tenía, era muy culto y sobre todo había leído a todos los grandes escritores, por lo menos sabía anécdotas de ellos que nadie conocía. 
Absurda, lo más absurda que te podes imaginar, me dijo aquella noche, en un bar frío y solitario del centro de Banfield que tiraron abajo en la década del 90. Estaba conmovido, era justo el aniversario de su muerte y admiraba profundamente su obra.
—¿Quién? Deletréamelo por favor.
—Ro-zen-ma-cher, Germám— dijo con cierta molestia
—¿Con Z ?
—Sí, con Z
Admití que no lo conocía. Otro en su lugar se hubiera ofendido por la ignorancia, sin embargo conservó su actitud sabia. Me contó la historia de ese final. El día, el 6 de agosto de 1971, el día de su muerte—empezó diciendo—, el diablo metió la cola si es verdad que el diablo existe y además tiene cola. Un día como hoy, el mismo día que tiraron la bomba de Hiroshima, sólo que 26 años después, dijo como si esa muerte fuera tan devastadora como el desastre mayúsculo provocado por la “Little boy”. Te das cuenta, Claudio, tenía apenas 35 años y ya había escrito “Cabecita Negra” y la obra teatral “Réquiem para un viernes a la noche”. Si hubiera vivido hasta los setenta por decir una edad acorde con la expectativa de vida en esa época, tal vez hubiéramos estado en presencia de un nuevo Roberto Arlt, dijo Rolo con los ojos humedecidos. Yo estaba ansioso por escuchar esa historia pero él necesitaba tiempo. Pidió un café y se quedó mirando a través de la ventana unos minutos. Yo sé que no miraba nada, pensaba, acaso intentaba encontrar una explicación a esa historia. Yo para matar el tiempo hice lo mismo que él: miré la calle oscura. No pasaba un alma. 
Parece que el primer sorbo de café le dio ánimo para empezar el relato. No tenían guita en ese momento y un amigo les prestó un departamento en Mar del Plata para que vaya a pasar unos días con su familia, su esposa y dos hijos, el más chico casi un bebe. Nunca viene mal un pequeño descanso para cortar el año. No me preguntes por qué,  pero yo tengo la idea de que todo ocurrió cerca de la Plaza Colón. A veces, cuando he pasado por ahí levanté la vista y miré los balcones. Traté de adivinar en cual de todos esos edificios ocurrieron los hechos. Pero no me tomes en serio porque esa es solo una especulación de mi parte.   
-¿Dónde leíste la historia que me estás contando ?—lo interrumpí.
-No la leí, me la contaron, un amigo, bah, un conocido—me respondió tajante, cosa que no me quedaran ganas de seguir preguntando.
Escúchame bien lo que te voy a decir, me advirtió. Llegaron al depto., cansados y con ganas de dormir, era de noche, pero el pibito, el bebé, se empezó a sentir mal. A todo esto ya habían abierto las hornallas, viste como es Mar del Plata en invierno, un cagadero de frío total. Pero no sospecharon nada, su esposa, su otro hijo y él estaban lo más bien. Lo más prudente era llevar entonces al chico al….en ese momento el ruido de una  locomotora tapó la voz de mi amigo, y yo no pude escuchar si fueron al hospital o a una clínica. Como no venía la caso, no le pregunté nada. Lo cierto es que se fueron los cuatro, el chico tenía un color raro y su respiración no era buena. Entraron por la guardia y le hicieron todos los estudios. No le encontraron nada. Ahora respiraba mejor y el color era normal, se le habían ido los síntomas. El médico, por precaución, les propuso dejar al pibito en observación toda la noche y ellos aceptaron enseguida. Era una medida adecuada. El matrimonio deliberó un rato. Tenía que quedarse uno de los dos. No sabían que lo que estaba en juego en ese momento era la vida o la muerte de uno de ellos. Tomaron la decisión. La esposa se quedó en el establecimiento y él se volvió al departamento con su hijo mayor. Allí, seguía el diablo agazapado, esperando una nueva oportunidad. Quedaron en regresar a las 9 de la mañana del otro día. Sin embargo no aparecieron. La esposa, viuda ya en ese momento, pensó lo peor. Lo que paso después es producto de la investigación policial. Esa noche cuando regresaron habían encendido las hornallas y no abrieron ni siquiera una rendija de la ventana. Eso es seguro, lo que no me acuerdo bien es si se fueron a dormir o la muerte los alcanzó antes. Lo cierto es que el escape de gas esta vez no perdonó, ya había avisado una vez y ahora no le quedaba otra que actuar. Y actuó, la puta madre que los pario, vaya que actuó, se lo llevó a los dos, dijo mi amigo con la voz quebrada. Hubo un silencio que estoy seguro que él no eligió. Después de un rato me dijo resignado: “Te das cuenta, cuando menos te descuidas te llega, y después andá a cantarle a Gardel.
Es así nomás—agregó— te viene a buscar y te lleva de la manera más estúpida y los que quedan atrás que se las arreglen como puedan, la viuda, el otro hijo y la literatura argentina, la pobre literatura argentina. 
Después, encendió un cigarrillo y se levantó. Tenía más impotencia que enojo. Nos vemos mañana, si es que el diablo no mete la cola antes, fue lo último que dijo su voz en esa destemplada noche, antes de irse y pegar un portazo.
Yo entonces, me quedé pensando un rato más en Rozenmacher y en la pobre literatura argentina.
Claudio Miranda
Febrero de 2011.

ROZENMACHER POR ROZENMACHER
Peronista, amigo de Rodolfo Walsh, tomó a la literatura como una forma de resistencia. Su cuento “Cabecita Negra es un ejemplo de eso.
Sobre él mismo solía decir que era un muchacho feo, judío, errante y sentimental. Repasemos un poco por si no quedó claro: escritor, dramaturgo, artista, judío y peronista. ¿No era demasiado? ¿Si se hubiera salvado del miserable escape de gas, acaso no hubiera corrido la misma suerte que su amigo Walsh?
Les dejo la pregunta. Yo creo tener una respuesta.    

  
QUIEN FUE
Germán Rozenmacher (1936/1971) escritor, periodista y dramaturgo argentino, nació en Buenos Aires en 1936, literalmente en un conventillo de la calle Larrea. De su padre actor y cantante en la sinagoga de Uriburu y Sarmiento, heredó la vocación por el arte.
Recibió educación religiosa e iba a ser rabino. Tenía pensado emigrar a Israel en los cincuenta, pero sus padres se opusieron. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y fue amenazado por la organización nacionalista Tacuara.
Escribió dos libros de cuentos: Cabecita negra (1962), llevada a la historieta, y Los ojos del tigre (1968), dos obras de teatro: Réquiem para un viernes a la noche (1964) y El caballero de Indias (1970), rechazada en el teatro SHA por cuestionar la tradición judía.
Hubo otra en colaboración con Roberto Cossa, Carlos Somigliana y Ricardo Talesnik: El avión negro. También una versión escénica de El lazarillo de Tormes y el libreto de Sordos ruidos oír se dejan (1971), un espectáculo de cabaret político.
También escribió aguafuertes para el semanario peronista Compañero.  La curiosa amalgama de judaísmo y peronismo quizás pueda entenderse desde el momento histórico. Su militancia transitó siempre la proscripción. Junto a Rodolfo Walsh creía que peronismo y revolución eran lo mismo aunque rechazaba la violencia.
También colaboró en la revista Así (1964), en crónicas policiales y políticas junto Leónidas Lamborghini y Juan J. Sebreli, y también en Panorama, Siete Días y Crónica.
Murió trágicamente junto a uno de sus hijos en Mar del Plata a causa de una emanación de gas por la mala combustión de una cocina, el 6 de agosto de 1971.

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